(12) Deambulando por Kyoto, la histórica capital de Japón

Brad Towle nos había pronosticado shock por lo que consideró insólita decisión de conocer Japón empezando por una zona rural como el Kumano para luego visitar ciudades como Kyoto (1,5 millones de habitantes) y Tokyo (8 millones y epicentro de una conurbación de unos 25).


No sé si ha sido un shock pero desde luego ha sido un cambio sorprendente. Llegamos a Kyoto, durante bastantes años capital del país hasta la fundación de Tokyo, en la tarde del sábado, y durante el lunes y hoy miércoles hemos dado muchas vueltas por sus calles y conocido los lugares más emblemáticos.

Aunque es una gran urbe y tiene una permanentemente importante población flotante de turistas (hemos encontrado a algunos españoles, por supuesto) hay cosas que no cambian con relación al Kumano.

La gente sigue siendo amable, mucho para nuestros cánones, y es hoy el día que no hemos visto un atasco de tráfico, ni una discusión en las calles ni diríamos que tampoco una voz más alta que otra salvo las que pronunciamos nosotros más veces de las debidas. Tampoco hemos visto ninguna mendicidad.

Obviamente para abordar una ciudad tan inabarcable como esta, con más de 1.800 templos, no queda otra solución que acudir a las guías. El primer día empezamos por el castillo de Nijo-jo, de principios del XVII, un conjunto de palacios y jardines con estanques que ya empiezan a parecernos familiares tras dos semanas en el país.

A continuación nos desplazamos al templo plateado, que aunque conocido así tiene como nombre oficial el de Ginkaku-ji y que fue mandado erigir a finales del XV. En un principio se pensó en cubrir su cubierta con plata, en respuesta al templo dorado, del que ya hablaremos. Aunque nunca se produjo este hecho, pervivió la denominación.

El templo no se visita por dentro y lo que realmente se recorre es un magnífico jardín con pinos, arena rastrillada y estanques diseñado por el paisajista Soami.

Un sendero guiado serpentea colina arriba por lo que parece una zona verde que ha crecido de manera natural con una configuración impactante por su belleza, con el suelo tapizado de musgo, árboles y arbustos que ha logrado que sea el inmueble más visitado de Kyoto.


La realidad es que no hay nada de natural en este jardín que provoca una intensas sensaciones ante tanta increíble belleza.
Después bajamos por el Paseo del Filósofo, una zona de templos.

Tampoco dejamos de lado el barrio de Gion, la antigua zona de las geishas, ni la cercana zona comercial con aceras e incluso calles cubiertas.

Era domingo y llovía pero casi todas estaban abiertas y la animación enorme. Aunque beneficioso para nosotros nos preguntamos por las condiciones de vida de las personas que allí estaban trabajando y no turisteando, como nosotros.

De hecho, una chica que un rato antes nos indicó una dirección se sorprendió al ver a un grupo tan numeroso de españoles. Tras saber que veníamos del Kumano Kodo y  que íbamos a estar más de tres semanas en su país no pudo esconder su sorpresa. “¿Todos tenéis tanto tiempo de vacaciones?”, exclamó.

La guía dejó claro que lo habitual son nueve días al año para los japoneses, pero que la presión en sus empresas les obliga a renunciar a parte de ellas dejándolas en solo cuatro o cinco días. También constatamos que en las empresas pequeñas o medianas lo corriente es la semana laboral de seis días…., por lo que tenemos claro que esto no es Europa y que somos unos privilegiados a su lado-

Como el día anterior tuvimos algún problema para cenar los 14, y al final resolvimos, sin pena pero también sin gloria, en un local de la espectacular estación de ferrocarril de la ciudad.

Es un inmueble inmenso y llamativo inaugurado hace pocos años en medio de un fuerte debate social al considerar algunos que no encajaba en esta ciudad.

 Nuestra opinión no es precisamente esa, pero por supuesto nadie nos ha preguntado en ningún momento.

Si el domingo cenamos así el siguiente día en Kyoto,  martes, el bingo fue completo. Por la mañana tomamos un tentempié en un local de comida rápida japonesa que no estaba mal y, sobre todo, baratísimo.
Después nos acercamos al templo Ryoan-ji , famoso por sus jardines

y particularmente por su jardin zen, especial para meditar,

aunque habíamos visto uno más grande en Koyasán

 Ya por la tarde, tras recorrer la zona de Pontocho descubrimos lo que nos pareció lo más genuino visto en Kyoto: una calle estrecha, de casas de época, bajas y de madera, una tras otra pequeños restaurantes de lo más atractivo.

Más de medio kilómetro seguido con docenas de establecimientos, pero decidimos cenar en uno moderno próximo para tener cabida todos con comodidad. Elegimos un restaurante de carne donde todas las mesas tenían un hornillo para hacerla a la brasa.

 
El sistema era tarifa plana para la comida y la bebida, por lo que tras las primeras cañas disfrutamos de lo lindo, indudablemente unos más que otros pero no es cuestión de entrar en detalles.

A lo largo del día tampoco estuvimos quietos: dimos un paseo por los jardines del Palacio Imperial, situados frente a nuestro hotel.

Después subimos a la torre de Kyoto,


 frente a la estación de tren, desde la que se divisa una amplísima panorámica de esta extensa ciudad.

 

Por último, obligada visita al templo de Kinkaju-ji, conocido como pabellón dorado por estar recubierto de pan de oro.




El existente es una copia del original de 1397, que fue destruido en 1950 por monje trastornado aunque unos años después se reconstruyó con la máxima fidelidad.

Durante este día tuvimos también varias escenas un poco gamberras por las que acabamos riendo a carcajadas. Al bajar de la torre de Kyoto estábamos parados en un semáforo en una calle bastante ancha y un grupo de escolares estaba también esperando a que se pusiera verde en la acera de enfrente.

No sabemos cómo empezó la cosa pero comenzamos a saludarles con la mano, ellos hicieron lo mismo, seguimos haciendo la ola a uno y otro lado de la calle, los niños y nosotros cada vez más animados…una juerga.

La cena también fue memorable, sobre todo porque uno de Redondela se dedicó a practicar su impecable japonés con el camarero al que continuamente llamaba “Pepe”.

La sangre no llegó al río (creímos que nos iban a echar por el escándalo de risas que montamos)

Finalmente, Chiro, verdadero nombre del camarero, se rió con nosotros y con su principal "cruz" del día.

Como salimos bastante alegres, acabamos bailando en la calle con un grupo de músicos callejeros que se quedaron encantados con una inopinada audiencia tan participativa y generosa.

Enfin, que lo pasamos bárbaro, teniendo en cuenta que reírse es muy saludable. Se ve que estamos todos estupendamente.

Debió ser para calentarnos, ya que desde ayer la temperatura ha bajado mucho como si de repente hubiera llegado el invierno.